Si alguna vez sientes que el mundo pesa demasiado sobre tus hombros y el cansancio se cuela en lo más íntimo de tu cuerpo, recuerda estas palabras: llámame. No por rutina ni por costumbre… sino porque sabes lo que puedo hacerte sentir. Mis dedos no dan simples caricias: exploran. No se detienen en la superficie, sino que se sumergen profundo, allí donde la piel ya no es frontera y los sentidos se rinden sin defensa. Cada trazo, cada presión, es un mapa que recorro con hambre y precisión. Te prometo un masaje que no es solo alivio… es entrega. Te erizaré la piel con movimientos tan lentos como calculados. Iré descubriendo tus rincones, uno a uno, como secretos que me pertenecen. Y cuando el aire empiece a faltarte, no será por miedo… sino por placer. Ese tipo de placer que hace temblar las piernas y entrecortar la voz. Llámame. No te arrepentirás. Porque cuando mis manos te encuentren, perderás el sentido… y quizás, incluso el control.