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-¿No dijiste que ibas a poner la mesa? Colocaste los dos platos rabiosa y se derramó un poco de Vichyssoise. Pasaste los dedos por el borde y cuando fuiste a limpiarlos te exigí «DÁMELOS». El deseo que enturbiaba mis ojos los arrastró a mi boca y chupé con avidez. - Por supuesto que sí - respondiste. Te serví para el banquete. El cuchillo desgarró tu vestido. Tu carne se abrió, trémula. La crema fría que vertí sobre tu cuerpo te arrancó un escalofrío de placer. Los pezones, helados, ardieron bajo mi lengua que siguió los regueros hasta tu vientre. Ya no había Vichyssoise en tus labios, pero los míos batieron tu crema cual experto chef. Tus dedos se clavaron en mi nuca y los míos, en tu interior. Uno penetró tu culo y, cuando gritaste mi nombre, culebreó. Chupé tu vulva, mordí los pliegues, lamí tus entrañas como un animal. -Para o llegaré - gemiste con poca convicción. Me aferré a tu cadera, engullí tu sexo y, con un gemido agónico, te corriste.
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